martes, 3 de marzo de 2009

De Londres y herpes


Cuando vivía en Londres estaba instalada en una residencia cochambrosa, pero muy bien ubicada, donde conocí a todo tipo de personajes estrafalarios, la mayoría inolvidables.

Recuerdo al coreano que había sido expulsado de la casa de subastas Christhie´s por su afición a las drogas, que venía a visitarme a mi habitación huyendo de un compañero de cuarto de lo más desolador: un hombre mayor y gordo con una extraña enfermedad respiratoria que le hacía emitir unos resoplidos espantosos. Evidentemente nunca me confesó que le habían echado por sus vicios, sólo que había tenido que dejar su apartamento en Nothing Hill y que había perdido su trabajo. Lo demás lo supuse yo. Era muy llamativo verle en aquel lugar tan mugriento con sus coloridas chaquetas vintage, su bicicleta y su pequeña colección de antigüedades (broches, figuritas de porcelana de limoges, espejitos y polveras) que guardaba en un armario destartalado.

Venía mucha gente a visitarme sin ser invitada, por lo demás no me molestaban. Escuchábamos canciones de Nico en unos altavoces muy primitivos que conectábamos a un discman. Tomábamos café y charlábamos. Parecían estar a gusto allí, con aquella decoración provisional de estudiante que intentaba disimular la fealdad del lugar. Me contaban sus problemas.
A lo largo de los años he llegado a la conclusion de que debo ser alguien en quien confían los desconocidos.

Luego estaba mi amigo mexicano. Un chico con una pluma bestial al que sus padres habían enviado a Europa, probablemente intentando enviar lejos también lo que ellos veían como un problema. Los sábados nos arreglábamos e íbamos a Harrod´s y a Harvey Nichols, a ver todas las maravillas que no podíamos comprar, pero que nos hacían tan felices como a Holly Golightly en Desayuno con Diamantes.

El servicio de limpieza de la residencia era, cuanto menos, dudoso: consistía en chavales de veintipocos años que arrastraban sin ganas la fregona a cambio de alojamiento gratis. Entraban en la habitación cuando estabas durmiendo para pasar el aspirador y no eran demasiado escrupulosos.
Había también una italiana liada con un policía, un canadiense borracho, un pakistaní baboso y un colombiano rockero que, como yo, terminó trabajando en publicidad.

En realidad el ambiente de la residencia era muy romántico : la lluvia, las canciones de Nico, la neblina londinense, la moqueta, la soledad de los desconocidos, la juventud de quienes habíamos ido a vivir una experiencia exultante y nos veíamos relegados a la condición de inmigrantes…

Recuerdo que una tarde me puse enferma, una gripe. Estaba en mi cuarto, en camisón, tomando jarabe y autocompadeciéndome por un problemilla (no demasiado grave), escuchando una y otra vez These days, encantada en mi papel de heroína de Jane Austen.
Ese día, uno de estos amigos vino a visitarme. Al verme así me dijo que las personas enferman porque quieren, que yo no estaba mala en realidad. Recuerdo que me dolieron sus palabras como si me hubieran pillado en una mentira, porque en el fondo de mi ser sospechaba que era verdad y que mis continuos achaques tienen mucho que ver con mi tendencia a la melancolía.

Ayer vomité de camino al trabajo y hoy me está saliendo un herpes.
El Chico Cortocircuito y el perrito están bien, gracias. Mi familia y mis amigos también. De hecho el sábado hicimos una fiesta divertidísima.
Así que sólo puedo achacarlo a mi situación laboral.

Me planteo entonces algunas preguntas:
¿Cómo evitar que el trabajo ocupe un lugar tan grande en nuestra mente? ¿Por qué hay tantas bajas por ansiedad? ¿Qué sentido tiene pasar la mayor parte del día delante de un ordenador? ¿Nos estamos perdiendo la vida, que espera fuera?
¿Por qué las empresas están gestionando tan mal la crisis?


Hoy estoy quejosa, lo reconozco. Pero a veces me cuesta encontrarle el sentido a todo esto… y cuando descubro una calentura en el espejo me acuerdo de las palabras de mi amigo colombiano, e intento ir al fondo del asunto. Cuando llegue a alguna conclusion os la haré saber.
Hasta entonces, gracias por leerme, seas quien seas y estés donde estés.
Podemos escuchar a Nico juntos y arreglar el mundo en una tarde lluviosa de verano.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que te pones mala para no hacer la cena :P

Besos, el chico cortocircuito

Anónimo dijo...

Las personas enferman cuando no llevan la ida que deberían llevar









"siempre es medianoche"

yonson dijo...

hija mía quejosos estamos todos, en estos tiempos los trabajos estan todos de terror pero no nos queda más que agradecer porque hay y respirar, que es gratís!

La chica cortocircuito dijo...

Yonson, it´s true. Pero en mi mente se tambalea todo el sistema capitalista y me pregunto si las cosas no deberían cambiar de alguna manera... aunque tal vez yo no viva ese cambio.

Hanif, siempre he sido muy fan de ese autor, de ese libro y particularmente de esa frase. Aunque es desoladora.

Afortunadamente a día de hoy pienso que llevo la vida que debería llevar, exceptuando algunos aspectos de mi trabajo .Aún así sigue habiendo momentos divertidos, y desde luego prefiero ser creativa que trabajar en un banco, por quitarle dramatismo al asunto...