martes, 10 de marzo de 2009

¿Y si cambio de idea sobre ti?


Mire usted: yo, como Astrud, cambio de idea.
Hace unos meses dediqué un post a poner a Vestusta Morla por las nubes.
Teniendo en cuenta que fue una semana de fiebre pasajera y que sus canciones hace tiempo que me aburren, estuve dándole vueltas al tema.
Y como me encanta llevar la contraria, qué mejor momento que ahora, cuando se hinchan a recoger premios, para rectificar.

Me lo dijo el otro día uno de mis pocos lectores confesos (mi contador sube como la espuma, pero sigo sin tener la menor idea de quién me lee):
“Yo escucho una canción antigua de Los Planetas y me suena tan fresca como hace diez años. Al principio me entusiasmé con Vetusta, pero ahora no me dicen nada”.
Así que a él le dedico este post. Tiene razón.

No están mal Vetusta Morla, y me alegro por su éxito, pero tampoco son para tanto. Indudablemente tienen canciones dignas, pero me cuesta ubicarles entre una versión cañí de Radiohead y los nuevos Amaral. Eso me despista, y en cuestiones musicales prefiero lo rotundo.

Eso sí, mientras le quiten discos de platino a Bustamantes y Cantos del loco, bienvenidos sean. En cuanto a mí, prefiero dedicar mi tiempo a redescubrir a The Flaming Lips y The Go-betweens.


Hay que reconocer sin embargo que el vídeo de Un día en el mundo es una maravilla. Qué precisión.
Seguro que desde que lo editaron hordas de fans rondan por la plaza de Santo Domingo, jiji.

Más que amor, lo mío con Vetusta fue un espejismo pasajero, de esos que duran una semana. Lo recuerdas con cariño, pero con el tiempo te das cuenta de que estabas equivocada.


jueves, 5 de marzo de 2009

El Ranchito


Hay una tienda en mi barrio que me tiene fascinada.
Su escaparate es indescriptible: un auténtico ranchito.
Por si no lo sabéis, ranchito es una expresión sudamericana que se usa para designar una chapuza demencial, un cutrerío atroz, algo
tan feo y desordenado que en realidad resulta divertido.
Me encanta porque es una de esas palabras que suenan exactamente como lo que quieren decir. Haced la prueba: ran-chi-to. Sólo de decirla me sonrío.

Y eso es lo que me pasa cada vez que paso por delante de ese escaparate, que me parto de risa.
Básicamente lo que tiene de original es que vende ropa de mercadillo a precios desorbitados.
Pero no cualquier ropa de mercadillo. Piezas cuidadosamente escogidas por una mente enferma. El nivel de horterez es insuperable.
Una profusión de encajes sintéticos, volantes de terciopelo, estampados imposibles y pedrerías de plástico que harían palidecer a la mismísima
Imelda Marcos.

Hasta ahí todo bien, pues cada cual tiene derecho a ponerse y a vender lo que quiera. Lo bueno llega a la hora de leer la cifra que marca la etiqueta.
Esta señora es una visionaria, ha creado un nuevo concepto en la economía: la
SuperHiperMegaInflación.
Los precios no bajan de los 150 euros para una ¿blusa? de ganchillo con incrustaciones de plástico o los ¡300! para las prendas estrella, como un espantoso vestido de lentejuelas con pinta de haber sido donado por la beneficiencia.
Para mejorar el conjunto, añade un ejército de querubines dorados, hadas de resina descascarilladas, campanitas de Navidad oxidadas, lazos roídos y un sinfín de objetos sin sentido a la decoración.
Hay un detalle que me gusta especialmente: un envoltorio viejo de unas medias de Balenciaga. No contiene nada, pero lo importante es que pone:
"Balenciaga. París".
Está estratégicamente expuesto en una esquina para darle más glamour a la cosa. El cartón está amarillento y el plástico arrugado.

Un auténtico ranchito, y aún diría más: el ranchito por definición.
Me encanta.

Para no herir sensibilidades, a esta peculiar boutique la llamaremos "El loro". Es un nombre ficticio, pero os aseguro que se parece bastante al original.
Pues bien, lo mejor de El loro es que no es sólo una tienda de ropa. Es también un gimnasio. Como lo oyes.
A un lado hay unas escaleras que bajan a un centro deportivo que prefiero no imaginar, y en el otro la boutique.
Todo ello coronado por un logotipo tipo clip art que representa el animalito en cuestión.
Una gozada.

El caso es que pasan los años, y el
comercio resiste.
¿Será que verdaderamente la señora ha conseguido convencer a algún incauto de que lo que vende es lo último en diseño? ¿El local es un alquiler de renta antigua y el negocio un pasatiempo de una jubilada con complejo de Coco Chanel? ¿Es una tapadera para un negocio ilegal?

Es uno de esos
misterios de la humanidad sin respuesta.
Por mi parte espero que no desaparezca nunca. Siempre espero ansiosa el cambio de escaparate y la llegada de la nueva temporada.

martes, 3 de marzo de 2009

De Londres y herpes


Cuando vivía en Londres estaba instalada en una residencia cochambrosa, pero muy bien ubicada, donde conocí a todo tipo de personajes estrafalarios, la mayoría inolvidables.

Recuerdo al coreano que había sido expulsado de la casa de subastas Christhie´s por su afición a las drogas, que venía a visitarme a mi habitación huyendo de un compañero de cuarto de lo más desolador: un hombre mayor y gordo con una extraña enfermedad respiratoria que le hacía emitir unos resoplidos espantosos. Evidentemente nunca me confesó que le habían echado por sus vicios, sólo que había tenido que dejar su apartamento en Nothing Hill y que había perdido su trabajo. Lo demás lo supuse yo. Era muy llamativo verle en aquel lugar tan mugriento con sus coloridas chaquetas vintage, su bicicleta y su pequeña colección de antigüedades (broches, figuritas de porcelana de limoges, espejitos y polveras) que guardaba en un armario destartalado.

Venía mucha gente a visitarme sin ser invitada, por lo demás no me molestaban. Escuchábamos canciones de Nico en unos altavoces muy primitivos que conectábamos a un discman. Tomábamos café y charlábamos. Parecían estar a gusto allí, con aquella decoración provisional de estudiante que intentaba disimular la fealdad del lugar. Me contaban sus problemas.
A lo largo de los años he llegado a la conclusion de que debo ser alguien en quien confían los desconocidos.

Luego estaba mi amigo mexicano. Un chico con una pluma bestial al que sus padres habían enviado a Europa, probablemente intentando enviar lejos también lo que ellos veían como un problema. Los sábados nos arreglábamos e íbamos a Harrod´s y a Harvey Nichols, a ver todas las maravillas que no podíamos comprar, pero que nos hacían tan felices como a Holly Golightly en Desayuno con Diamantes.

El servicio de limpieza de la residencia era, cuanto menos, dudoso: consistía en chavales de veintipocos años que arrastraban sin ganas la fregona a cambio de alojamiento gratis. Entraban en la habitación cuando estabas durmiendo para pasar el aspirador y no eran demasiado escrupulosos.
Había también una italiana liada con un policía, un canadiense borracho, un pakistaní baboso y un colombiano rockero que, como yo, terminó trabajando en publicidad.

En realidad el ambiente de la residencia era muy romántico : la lluvia, las canciones de Nico, la neblina londinense, la moqueta, la soledad de los desconocidos, la juventud de quienes habíamos ido a vivir una experiencia exultante y nos veíamos relegados a la condición de inmigrantes…

Recuerdo que una tarde me puse enferma, una gripe. Estaba en mi cuarto, en camisón, tomando jarabe y autocompadeciéndome por un problemilla (no demasiado grave), escuchando una y otra vez These days, encantada en mi papel de heroína de Jane Austen.
Ese día, uno de estos amigos vino a visitarme. Al verme así me dijo que las personas enferman porque quieren, que yo no estaba mala en realidad. Recuerdo que me dolieron sus palabras como si me hubieran pillado en una mentira, porque en el fondo de mi ser sospechaba que era verdad y que mis continuos achaques tienen mucho que ver con mi tendencia a la melancolía.

Ayer vomité de camino al trabajo y hoy me está saliendo un herpes.
El Chico Cortocircuito y el perrito están bien, gracias. Mi familia y mis amigos también. De hecho el sábado hicimos una fiesta divertidísima.
Así que sólo puedo achacarlo a mi situación laboral.

Me planteo entonces algunas preguntas:
¿Cómo evitar que el trabajo ocupe un lugar tan grande en nuestra mente? ¿Por qué hay tantas bajas por ansiedad? ¿Qué sentido tiene pasar la mayor parte del día delante de un ordenador? ¿Nos estamos perdiendo la vida, que espera fuera?
¿Por qué las empresas están gestionando tan mal la crisis?


Hoy estoy quejosa, lo reconozco. Pero a veces me cuesta encontrarle el sentido a todo esto… y cuando descubro una calentura en el espejo me acuerdo de las palabras de mi amigo colombiano, e intento ir al fondo del asunto. Cuando llegue a alguna conclusion os la haré saber.
Hasta entonces, gracias por leerme, seas quien seas y estés donde estés.
Podemos escuchar a Nico juntos y arreglar el mundo en una tarde lluviosa de verano.