martes, 27 de enero de 2009

No subestimes el poder de unos buenos tacones


Mira que me lo tiene dicho mi madre: ponte tacones. Cuando estaba deprimida porque me había dejado un novio, por algún disgusto en el trabajo o porque me sentía sola, la respuesta era la misma: “Ponte guapa, ponte tacones, sal a la calle".
Y yo, erre que erre, subestimando su efecto terapeútico.


Mi época de estudiante en Salamanca fue el reinado de las zapatillas, la bailarina, los pantalones campana, la ropa de segunda mano y la coleta. Los tacones no entraban en mis planes. De hecho, el no ponérmelos era una especie de acto de rebeldía.


Ahora que me acerco a la treintena, edad en la que empiezas a plantearte dejar de vestir como una chiquilla, empiezo a comprender su poder.
Con ocho centímetros más parece más fácil comerte el mundo. Y en los tiempos que corren, cualquier ayuda es poca.

Así que ya lo sabéis: bailarinas para los días buenos y tacones para las tempestades.
Y si no, que se lo digan a Erin Brockovich.

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