Hace tiempo que sigo las andanzas de ese grupo de pobres niñas ricas, carne de titulares y persecuciones, que conforman las celebérrimas Parises, Britneys, Mischas, Kirstens, Nicoles, Lindasys y demás.
Son estas las únicas celebrities que me interesan, pues el cutrerío del papel couché nacional, con sus famosuchos de tercera, su chabacanería infinita y su absoluta falta de glamour me provoca un profundo aburrimiento, cuando no otra cosa.
Pero las aventuras y desventuras de estas niñas son dignas de una novela de Tolstoi: cuando una está saliendo del psiquiátrico, a la otra la meten en la cárcel, mientras una tercera es detenida por posesión de drogas o fotografiada rapándose la cabeza. Sus continuas meteduras de pata, escándalos y truculentas historias hacen que se me antojen divertidas, conmovedoras, cercanas.
A estas niñas se las quiere como a la oveja descarriada, como a esa amiga del instituto que siempre daba la nota, como a la reina del baile que acabó destronada.
Britney fue la niña mimada del marketing musical, icono erótico, ídolo de masas, reina de las listas de éxitos. Pero ni toda su belleza, ni su poder, ni su dinero impidieron que se enamorara del macarra de la clase. El que la engañó, le jodió la vida y le puso encima 15 kilos, 2 niños y una lista de transtornos psicológicos que haría las delicias del más reputado psiquiatra.
Kirsten tiene una belleza angelical, estilo, talento, papeles en películas de prestigio, amigos indies y ex novios cool. Sin embargo también tiene ficha en una clínica de desintoxicación, una nevera donde sólo hay cerveza y mucha soledad en su apartamento de diseño del Soho.
Y qué decir de Paris, heredera desheredada, rubia hasta las últimas consecuencias, personaje de sí misma. Quizás sea por la que siento menos empatía... aún así, que tu novio te grabe mientras te acuestas con él y luego lo cuelgue en Internet es una verdadera putada. Por muy Hilton que te apellides y por mucha pasta que tengas.
Y es que, detrás de todos los escándalos de las chicas de la West Coast y de tanta frivolidad, yo encuentro un mensaje muy humano: que la vida no es fácil para nadie, ni siquiera para quien lo tiene todo.