martes, 2 de marzo de 2010

Mi familia adoptiva.

Salamanca, año 2000, en la bañera de algún piso de estudiantes destartalado.

Este es el comienzo de una bonita historia. Aida. Marta. Noé. Y yo.
Yo, pensando en la suerte que ha sido conocerlos. A las niñas guapas-indies de la clase, al chico interesante de la última fila.

Aida canturrea Bailando de Astrud (¿o era la original de Paradiso?). Me encanta esa canción. Marta la besa en la mejilla, como dos angelitos etéreos. Noé ejerce de perfecto y delirante anfitrión, con unas antenas robadas sobre su cráneo privilegiado. Tan divertido.

Nos dejamos arropar por la magia de la noche, y yo me siento feliz y alada, feliz de estar a su lado, deseando que siga así por muchos años; que, ahora que estoy lejos, ellos sean mi familia. Siento que encajo, que son especiales. Que esto es el comienzo de algo. Pienso que soy afortunada.
Y cosas como hacernos fotos dentro de una bañera nos hacen inmensamente felices, porque no hay más obligaciones, compromisos ni futuro, sólo hoy. Ver sus caras bonitas, sentir sus cálidas manos. Hablar hasta el amanecer, y compartir bailes, confidencias. La juventud más exuberante. La libertad absoluta.
Y llegar a casa con la convicción de que, esta vez sí, encontré a mi gente.

Gracias por seguir a mi lado, mis viejos amigos.
Os quiero tanto.