Yo no sé lo que es la creatividad. Lo que sí sé es que solía pensar en ella como algo poco serio, casi algo de lo que avergonzarse. Al menos, en lo que respecta a MI creatividad. Llegar a asimilar que podía hacer algo productivo con aquellas idas de olla, e incluso que podrían llegar a pagarme por ello, ha sido una de las odiseas de mi vida. Fue un auténtico proceso de autoconocimiento y de reconciliación conmigo misma.
Lo más artístico que había en mi libro de Arte de COU eran las muñequitas con estilismos y actitudes diversas que inundaban cada página. Se acompañaban de lamentos amorosos, filias musicales y obsesiones varias anotadas entre clase y clase.
A veces, ser creativo es echarle un poco de morro al asunto. Un día llegó un tipo catalán con buena planta que se dedicaba a hacer exactamente lo mismo que llevábamos haciendo cientos de adolescentes en los últimos veinte años. Se llamaba Jordi Labanda y creía en lo que hacía. Y triunfó. Entonces, me lamenté de considerar aquellos dibujitos como guarrerías. De hecho, a mis compañeras les entusiasmaban. Lo cierto es que yo nunca he sido muy buena en eso de echarle morro a la vida. Aunque voy aprendiendo. Es lo que tiene la publicidad.
reacciones
Mi madre siempre ha sido una mujer muy refinada. Y la tónica es, sin duda, el más refinado de los refrescos. Al menos antes de que se asociase al culo de Eduardo Noriega, era así. El caso es que, pongamos, mi madre estaba tomando una tónica en el salón de casa (cuando todavía vivía en casa de mis padres) y yo le aparecía a mi madre con un garabato de la botellita de Schweppes y una reflexión sobre el poder de los burbujas, o alguna tontería por el estilo. Y claro, mi madre se me quedaba mirando con una cara muy rara. Yo le decía de vez en cuando “Es que yo quiero hacer cosas creativas”… y ella me apoyaba porque creía que tenía talento (una madre siempre será una madre), pero en realidad yo no tenía ni idea de cómo darle salida a todo aquello.
Así que me puse a estudiar periodismo, y después hice un Máster que fue una auténtica pérdida de tiempo y de dinero. El Máster en cuestión se impartía en un polígono industrial, y teníamos que darnos una paliza tremenda de bus cada día para subir y bajar. Así que yo aprovechaba los viajes para hacer mis bocetitos y escribir las impresiones que me despertaba el mundo laboral (no muy esperanzadoras, a decir verdad). Era mejor que mirar por la ventana y ver aquel horrendo polígono que me deprimía. Y, a día de hoy, esos momentos creativos a bordo del bus de la empresa es lo que más recuerdo de aquél Máster. Gracias a dios.
Mi hermano siempre fue un gran entusiasta de mis creaciones. Guarda religiosamente todos los cómics de la heroína “Mireya” que tenían en la portada el claim “Poderes tiene. Es ladrona” (siempre me ha ido el rollo de las figuras literarias). El diario de Snoopy lo guardo yo en el cajón. Era una niña verdaderamente retorcida. También escribía cuentos sobre chicas aventureras que vivían en apartamentos en Manhattan y escuchaban a Texas. Yo tenía 7 años y no había escuchado a Texas en mi vida, pero me parecía que debían ser lo más moderno del mundo. Yo es que siempre he querido ser moderna.
el principio del fin
Cuando estudiaba en Salamanca, compartía facultad y muchas otras cosas con los alumnos de publicidad. En realidad, la mayoría de mis amigos de la carrera estudiaban publicidad, no periodismo como yo. Eran mis compañeros de piso. Tenía una amiga en clase, pero luego se metió a bailarina. Yo me moría de envidia, pero abandoné mi corta carrera de ballet a los seis años porque las clases coincidían con Barrio Sésamo. Siempre he tenido muy claras mis prioridades.
El caso es que en casa se montaban unos follones descomunales cada vez que tenían que hacer un trabajo de grupo. El grupo lo formaban unas ocho personas, pero jamás lograron reunirse más de cinco a la vez. Y esto era motivo continuo de discusiones. Tenían que inventar, por ejemplo, una promoción de zumos para gente joven, o un evento para anunciar una nueva marca de chicles. Sin cortapisas, podían crear lo que les diera la real gana (entonces no existía el cliente). Y yo no entendía por qué se cabreaban tanto cuando a mi me tocaba leerme un libro de 400 páginas sobre el conflicto en los países del Este. Así que siempre andaba metiendo la nariz en sus trabajos, y al final acababa echándoles una mano. Pero nunca se me ocurrió que pudiera dedicarme a esto.
Nunca hasta que, ya en Madrid y finalizadas mis enésimas prácticas como redactora, me enteré de lo que era un copy. Conseguí una entrevista en un sitio pequeñito, y llevé las noticias que más me gustaban de lo que había publicado (mis preferidas eran sobre Björk y sobre Borges) y unas cuantas ideas sin orden ni concierto montadas en un cartón pluma, que un amigo director de arte me había ayudado a maquetar.
Era un lunes por la mañana, tenía el teléfono apagado y volvía de un viaje de fin de semana agotador. Al despertarme y conectarlo, tenía doscientas llamadas, varias de mi madre. No es que las llamadas compulsivas de mi madre fuesen algo fuera de lo normal, pero aun así la llamé:
-¡Te ha llamado a casa el chico de la entrevista! ¡Llámale!
-Ah.
De esto hace cinco años y desde entonces soy creativa. O eso parece.
Aunque a veces, me gustaría recuperar el sentido original de esa palabra.
Lo más artístico que había en mi libro de Arte de COU eran las muñequitas con estilismos y actitudes diversas que inundaban cada página. Se acompañaban de lamentos amorosos, filias musicales y obsesiones varias anotadas entre clase y clase.
A veces, ser creativo es echarle un poco de morro al asunto. Un día llegó un tipo catalán con buena planta que se dedicaba a hacer exactamente lo mismo que llevábamos haciendo cientos de adolescentes en los últimos veinte años. Se llamaba Jordi Labanda y creía en lo que hacía. Y triunfó. Entonces, me lamenté de considerar aquellos dibujitos como guarrerías. De hecho, a mis compañeras les entusiasmaban. Lo cierto es que yo nunca he sido muy buena en eso de echarle morro a la vida. Aunque voy aprendiendo. Es lo que tiene la publicidad.
reacciones
Mi madre siempre ha sido una mujer muy refinada. Y la tónica es, sin duda, el más refinado de los refrescos. Al menos antes de que se asociase al culo de Eduardo Noriega, era así. El caso es que, pongamos, mi madre estaba tomando una tónica en el salón de casa (cuando todavía vivía en casa de mis padres) y yo le aparecía a mi madre con un garabato de la botellita de Schweppes y una reflexión sobre el poder de los burbujas, o alguna tontería por el estilo. Y claro, mi madre se me quedaba mirando con una cara muy rara. Yo le decía de vez en cuando “Es que yo quiero hacer cosas creativas”… y ella me apoyaba porque creía que tenía talento (una madre siempre será una madre), pero en realidad yo no tenía ni idea de cómo darle salida a todo aquello.
Así que me puse a estudiar periodismo, y después hice un Máster que fue una auténtica pérdida de tiempo y de dinero. El Máster en cuestión se impartía en un polígono industrial, y teníamos que darnos una paliza tremenda de bus cada día para subir y bajar. Así que yo aprovechaba los viajes para hacer mis bocetitos y escribir las impresiones que me despertaba el mundo laboral (no muy esperanzadoras, a decir verdad). Era mejor que mirar por la ventana y ver aquel horrendo polígono que me deprimía. Y, a día de hoy, esos momentos creativos a bordo del bus de la empresa es lo que más recuerdo de aquél Máster. Gracias a dios.
Mi hermano siempre fue un gran entusiasta de mis creaciones. Guarda religiosamente todos los cómics de la heroína “Mireya” que tenían en la portada el claim “Poderes tiene. Es ladrona” (siempre me ha ido el rollo de las figuras literarias). El diario de Snoopy lo guardo yo en el cajón. Era una niña verdaderamente retorcida. También escribía cuentos sobre chicas aventureras que vivían en apartamentos en Manhattan y escuchaban a Texas. Yo tenía 7 años y no había escuchado a Texas en mi vida, pero me parecía que debían ser lo más moderno del mundo. Yo es que siempre he querido ser moderna.
el principio del fin
Cuando estudiaba en Salamanca, compartía facultad y muchas otras cosas con los alumnos de publicidad. En realidad, la mayoría de mis amigos de la carrera estudiaban publicidad, no periodismo como yo. Eran mis compañeros de piso. Tenía una amiga en clase, pero luego se metió a bailarina. Yo me moría de envidia, pero abandoné mi corta carrera de ballet a los seis años porque las clases coincidían con Barrio Sésamo. Siempre he tenido muy claras mis prioridades.
El caso es que en casa se montaban unos follones descomunales cada vez que tenían que hacer un trabajo de grupo. El grupo lo formaban unas ocho personas, pero jamás lograron reunirse más de cinco a la vez. Y esto era motivo continuo de discusiones. Tenían que inventar, por ejemplo, una promoción de zumos para gente joven, o un evento para anunciar una nueva marca de chicles. Sin cortapisas, podían crear lo que les diera la real gana (entonces no existía el cliente). Y yo no entendía por qué se cabreaban tanto cuando a mi me tocaba leerme un libro de 400 páginas sobre el conflicto en los países del Este. Así que siempre andaba metiendo la nariz en sus trabajos, y al final acababa echándoles una mano. Pero nunca se me ocurrió que pudiera dedicarme a esto.
Nunca hasta que, ya en Madrid y finalizadas mis enésimas prácticas como redactora, me enteré de lo que era un copy. Conseguí una entrevista en un sitio pequeñito, y llevé las noticias que más me gustaban de lo que había publicado (mis preferidas eran sobre Björk y sobre Borges) y unas cuantas ideas sin orden ni concierto montadas en un cartón pluma, que un amigo director de arte me había ayudado a maquetar.
Era un lunes por la mañana, tenía el teléfono apagado y volvía de un viaje de fin de semana agotador. Al despertarme y conectarlo, tenía doscientas llamadas, varias de mi madre. No es que las llamadas compulsivas de mi madre fuesen algo fuera de lo normal, pero aun así la llamé:
-¡Te ha llamado a casa el chico de la entrevista! ¡Llámale!
-Ah.
De esto hace cinco años y desde entonces soy creativa. O eso parece.
Aunque a veces, me gustaría recuperar el sentido original de esa palabra.
4 comentarios:
al final todos los trabajos son distintos a como uno se los imagina antes de empezar.
aún así suena bien eso de creativo. o al menos la imagen que yo tengo en la cabeza del trabajo de creativo.
Mmmmpfff... seguramente la imagen que tú tienes del trabajo de creativo difiere mucho de la realidad.
Hay días que te dan ganas de tirar la toalla, creo que es un síntoma típico. Tú pones tu ilusión en un trabajo bien hecho y hay una serie de filtros (clientes, jefes, creo que hasta apuntadores) que te lo destrozan!
De hecho, hay un libro escrito por un publicista sobre este mundo que se llama "Nunca tires la toalla". No lo he leído! Se nota verdad? jajaja!
Gracias por leerme.
Hola flor!! saludos de tu amiga de clase que se metió a bailarina, jaja.
Sigo con mis bailes, no me arrepiento de haber cambiado la dirección.
Qué haremos con el título de Periodismo?....bueno, yo todavía no lo he recogido aún...ups.
Un abrazo molt fort.
Me ha gustado mucho leerte!
Muchas gracias nena!
Que sepas que esta es ni más ni menos que mi carta de presentación, así que la mitad de las agencias de Madrid han oído hablar de ti... jaja!
un biquiño y muchas gracias por leerme y sobre todo por comentar!
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